sábado, 26 de enero de 2008

LA SALA OSCURA

Manuel salió de la reunión del consejo de administración de su empresa asqueado y defraudado. Cuatro horas seguidas escuchando estupideces acaban con la paciencia de cualquiera. Miró el reloj con angustia: todavía tenía tiempo para llegar a casa a una hora decente, ver a los chicos y esquivar la mirada de su mujer. Llevaban enfadados una semana larga. Sin hablarse. Y tal como estaba de cargado, podía saltar a la mínima. Optó por dejar el coche en el garaje e ir andando hasta el cine más próximo. Cuando se apagaron las luces y la sala quedó a oscuras y en silencio, Manuel suspiró y se metió de lleno en la película.
Si a los 20 millones de espectadores que dejaron de ir al cine durante el 2007 les hubieran advertido de la cualidad terapéutica de la pantalla grande, seguro que vencían la pereza y se aficionaban más al séptimo arte. El poder de evocación que tiene el cine no lo tendrá nunca una pantalla de televisión por muy de plasma que sea y unos DVD comprados o alquilados en la tienda del barrio. No digamos ya si se bajan las pelis de Internet o se ojean los vídeos de Youtube. Eso es otra cosa, que está muy bien y resulta entretenida, pero no se puede comparar con la placentera sensación de ver cine con mayúsculas.
Me cuesta trabajo entender que España pierda 20 millones de espectadores de películas al año y sin embargo aumente paulatinamente el número de horas que cada español pasa frente al televisor. Con películas españolas estupendas como El Orfanato, Rec, Las trece rosas, Siete mesas de billar francés o Los crímenes de Oxford. En Aragón, además, vamos por encima de la media: con más de cuatro horas al día de consumo televisivo. Nos estamos volviendo demasiado cómodos, gordos y conformistas. Con una cultura audiovisual mediocre y autocomplaciente que prefiere el sofá, la tele, la cerveza y el móvil sonando cada cinco minutos, a salir de casa y celebrar la fiesta del cine. Para mí ir al cine es una pequeña fiesta que cultivo siempre que puedo. Supone quedar con alguien para compartir después las impresiones, salir a cenar algo antes o después. Llegar a casa con el sabor de las imágenes todavía recientes y la intensidad de una historia bien contada, sólo para mí. En el silencio respetuoso de la sala a oscuras.

Publicado en Heraldo de Aragón el viernes 25 de enero de 2008

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